Las mejores guías de viajes sostenibles | Macizo Colombiano, ecos de lo ancestral

Entre cuentos de guerrillas y contrabando, resiliente, el Macizo Colombiano canta en tono de verso, escrito con la tinta de la tierra y el sudor de sus gentes. Una sinfonía dolida pero apasionada, cauta pero valiente, que habla sobre el pasado, la lucha y el renacer. Todo emana de la madre tierra, de los ancestros dormidos que parecen resucitar ahora vibrantes en las almas de los ancianos que piden a gritos a sus nietos que cuiden de su lengua, de la naturaleza que les da fuerza y lo gritan al mundo. El turismo se visualiza como el nuevo Dorado, pero esta vez serán ellos los que pongan las reglas, no como en las conquistas impositivas españolas del colonialismo.

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Panorámicas verdes y suspiros. Bajo cielos que cargan siglos de memoria, el Macizo Colombiano se alza como un poema húmedo. Sus versos reviven grabados en la roca y rugen en las montañas. Guardianes eternos cuentan historias de guerrillas y contrabandos, de muertes y de miedos. Pero hoy, el canto que se eleva no es el de la lucha armada, sino el del corazón de sus gentes, un eco escrito con la tinta de la tierra y el sudor de sus manos.

La tierra, con cicatrices que arden como brasas al anochecer, resurge a través de una sinfonía embriagadora, cauta en sus notas de tragedia y valiente en su esperanzador renacer. Cada río es un manantial de biodiversidad, cada brisa un susurro de ancestros despierto en los ancianos indígenas de hoy, que piden a sus nietos que no olviden sus lenguas ni sus historias mitológicas.

Sus voces, como rezos en la espesura del tiempo, me atrapan, peregrina perdida entre cuentos y tamborileos, testigo de despertares que resuenan como el eco de una batalla que nunca cesó: la batalla por sanar.

El turismo, ese nuevo dorado que no brilla con fiebre, sino con esperanza, se vislumbra como la senda que promete redención. No será el hierro lo que marque su destino, sino las manos curtidas de quienes han decidido que el oro de esta tierra es su historia, su naturaleza, sus almas. Ellos, los hijos y nietos del Macizo, se alzan ahora como maestros de su propio destino, hablando al mundo con una voz de soberanía. Poetas que han grabado tu alma en las corrientes de tus ríos y en el polvo de tus senderos.

El Macizo Colombiano no olvida, pero tampoco se detiene. Resiliente, canta en verso sólido, su historia tejida con lágrimas y risas. Y yo, perdida entre las lomas, creo escuchar la sinfonía de sus muertos y la esperanza de sus vivos. “¡Grítalo al mundo!”, me piden.

Tatacoa Tropical Desert

Neiva: El corazón del Río Magdalena

Neiva lleva consigo historias, susurros del río Magdalena que acarician mi alma. Fundada y refundada entre la resistencia indígena y la persistencia española, respira como un poema inacabado. Sus calles vibran con el latir de quienes creen en su tierra. En el Malecón, al borde del Magdalena, me encuentro con las imponentes estatuas de Emiro Garzón, esculturas que son un eco de la misma naturaleza. La Madre Naturaleza enfadada, el Duende y el Mamur, que se esconde en una cueva, parecen figuras de advertencia, un recordatorio de nuestra frágil relación con el entorno. Pero hay una figura que se eleva con una fuerza sobrehumana: la Caqueteña. Esta mujer indígena, con su mirada de desafío, representa la resistencia ancestral. Según cuentan, ordenó matar a un colono que intentó conquistar Neiva, un acto que resuena como un grito por la autonomía y la defensa de la tierra. Estas obras, cargadas de simbolismo, son monumentos al alma profunda de esta región.

“El Magdalena es más que agua”, escucho decir a alguien: “Es el alma que nos une”. Fluye el río entre águilas pescadoras. Nos guían con su canto hasta Fortalecillas, un pueblo alegre y trabajador. Entre risas y el aroma dulce de los bizcochos de Achira, la tradición de los rostizadores se siente como un rezo diario. “Nuestras manos cuentan historias” – me dice uno de ellos. Su mirada, impregnada de amor por su oficio.

“The Magdalena is more than water,”– I hear someone saying –”it’s the soul that unites us.”

 

 

 

 

© Achiras, Fortalecillas.

Villavieja and the Tatacoa: Bajo un dosel de estrellas

Al llegar a Villavieja, el tiempo se detiene. Allí, de forma sigilosa Honorio Vanega entra en mi escena como el mejor narrador de mis cuentos de niña. Me canta canciones llenas de nostalgia y comparte fábulas y leyendas del pueblo, historias que, según él, “no son solo leyendas, porque bien pudieron haber pasado.” En sus palabras, se palpa la pasión por conservar las tradiciones y la alegría de compartir con quienes llegan hasta este rincón del mundo. Honorio no solo cuenta historias; las teje con hilos de memoria y esperanza, dejando en el aire un eco de magia que me acompaña entre un paisaje en el que los ecosistemas se mezclan de forma inaudita. 

El bosque tropical desértico de la Tatacoa se revela como un lugar único, un testimonio de los ciclos de la vida y la resistencia de la naturaleza. No es un desierto, sino un ecosistema donde la vida lucha por persistir entre las grietas de la tierra. Cae la noche y bajo ese cielo infinito, Javier Rúa, astrónomo de Astro Sur, me guía por un cosmos que parece tan antiguo como la misma tierra. “Las estrellas aquí cuentan historias que no se escuchan en ninguna otra parte,” susurra el apasionado astrónomo que lo dejó todo cuando llegó a este lugar. Tumbada ante las miradas altivas de Júpiter y Saturno, entre telescopios de todos los tamaños y motores, mi alma queda cautiva. Hay una energía indescriptible en este lugar.

Bajo el manto de un cielo inmenso y caminos de arena rojiza quebrados, llego a un refugio en medio de la nada. El hotel Bethel Bioluxury Tatacoa parece flotar entre las estrellas y el silencio. Las habitaciones, construidas para mimetizarse con el entorno, ofrecen una conexión íntima con la vastedad del lugar. Durante la noche, relinches de caballos, gritos de lagartijas, el viento susurrante… ¡Qué frágil es el ser humano y cuánto poder tiene el miedo cuando no controlas el entorno! La puerta queda entreabierta. Me encomiendo a la naturaleza. ¿No es ella, si no, la única que allí dicta las reglas?

El paisaje árido de la Tatacoa es un recordatorio de lo que fue y lo que aún es. Allí, entre fósiles y el susurro del viento, entiendo que esta tierra no solo guarda secretos del pasado, sino también promesas del futuro. 

Por la noche, el relinche de los caballos, los gritos de los lagartos, el susurro del viento… ¡Qué frágil es el ser humano y qué poderoso se vuelve el miedo cuando no se puede controlar el entorno!

Honorio Vanega, Villavieja, Macizo Colombiano
Honorio Vanega, Villavieja.
Astrosur

San Agustín: Donde las piedras hablan

San Agustín, cuna de misterios y magia, me recibe con un abrazo cálido. Hernán Daza, un guía apasionado, me acompaña por el Parque Arqueológico, donde las estatuas de piedra volcánica parecen observarnos desde otro tiempo. “No son solo esculturas,” dice, “son puertas a los sueños de nuestros ancestros.” La antigua necrópolis guarda conexión con lo divino, con piezas arqueológicas que datan hasta del cuarto milenio antes de Cristo.

En Tierra Activa conozco a Gilema, una agricultora que ha convertido su tierra en un paraíso de colaboración y saberes. “La tierra cura,” me dice mientras sostiene un ramo de poleo. “Aquí cultivamos más que plantas; cultivamos esperanza.” Su hija, María Paula, me muestra con orgullo las flores comestibles y los frutos que crecen en su huerto. “Sembrar es tocar la vida,” dice mientras acaricia la tierra con las manos. Gilema ha dedicado su vida a recuperar cultivos ancestrales y flores comestibles, ofreciendo un espacio para el bienestar y la colaboración entre mujeres. Sus huertos albergan 136 alimentos diferentes, desde frijoles hasta arracachas, utilizados para preparar platos como la “luna endulzada”.

En la Casa de Tarzán, la chef Dali Valdes nos explica el poder revitalizador de las semillas y cómo realiza sus recetas ancestrales, alimentos puros, energía ilimitada, conexión con la tierra. Me rescata una cata de café orgánico en Montesevilla Coffee, una asociación de mujeres caficultoras que se está haciendo su hueco en una industria. Me alegra escuchar que ahora un 32% de los cultivadores de café son mujeres. “Históricamente solo los hombres podían formar parte del sistema”. Cansada, disfruto de la grandiosa vista del cañón del rio Magdalena desde la terraza del hotel Masaya, un paraíso para todos los sentidos.

Hernán Daza, un guía apasionado, me acompaña por el Parque Arqueológico, donde las estatuas de piedra volcánica parecen observarnos desde otro tiempo. “No son solo esculturas”, dice, “son portales hacia los sueños de nuestros antepasados”. La antigua necrópolis conserva una conexión con lo divino, con piezas arqueológicas que se remontan hasta el cuarto milenio a. C.

Restaurante La Casa de Tarzán, San Agustín
San Agustín Archaeological Park is considered the world’s largest necropolis.
Hotel Masaya

Mocoa: El latido de la jungla

En Mocoa, el verde de la selva Andino-Amazónica me envuelve como un manto. Cenamos en el restaurante Amazónico, del joven chef Mauricio Velasco, que está recuperando los frutos del Amazonas y convirtiéndolos en platos memorables en el umami. Adoro la simplicidad, el diálogo directo de mi paladar con la esencia de una tierra. El humo del pirarucú, el crujir de una hormiga culona, el dulzor salvaje del mojojoy…Fluye en mi el Amazonas a través de su narrativa gastronómica.

El amanecer me lleva a Puerto Limón, un pequeño municipio que imagino poderoso destino turístico en el futuro, pero que ahora me alegra conocer en su esencia. Cerca, las cascadas La Honda y El Paujil rugen con la fuerza de la vida misma. La tribu indígena Shasta Paraiso nos espera en su poblado de cabañas de paja y maderas, donde Mamá Carolina, de la etnia indígena de Pastos nos invita a un ritual de purificación bajo sus aguas. “Lo siento: la ceremonia de armonización mantiene mi armonía conmigo misma, con los demás y con la Madre Tierra, generando mi paz interior y la práctica de valores. “El agua aquí no solo fluye”, dice mi anfitriona, “renueva”.

En el pueblo, las razas africanas, indigenas y coloniales se mezclan en armonía… En la asociación de mujeres indígenas Ñamby wayra, bailo y canto a sus ancestros. Sus lenguas son una fuente invaluable de información sobre la historia del entorno natural, el clima, las plantas y los animales. Al caer la noche, se me rompe el alma al leer que, en América Latina y el Caribe, uno de cada cinco pueblos indígenas ha perdido ya su lengua originaria: 44 de estos pueblos hablan ahora español y 55 hablan portugués.

En la maloca de Dantayaco, el Taita comparte su sabiduría ancestral en un círculo de palabras. Su armonización me invita a reconectar con mi espíritu. Su voz, pausada y profunda, parece brotar directamente de la tierra. “Escucha el bosque,” me dice, “él tiene las respuestas que buscas.” Este acto, tan antiguo como el mismo bosque, me llena de una paz que trasciende el tiempo. Al día siguiente despierto sin dolor, ese dolor de piernas que a veces me despertaba en casa ha desaparecido. Creer o no creer. Algo tuvo que pasar anoche en esa ceremonia. Algo tuvo que pasar…

«Cuando cae la noche, se me rompe el corazón al leer que en América Latina y el Caribe uno de cada cinco pueblos indígenas ya ha perdido su lengua originaria: 44 hablan ahora español y 55 hablan portugués.»

Mamá Carolina
The Pasto are an Indigenous American ethnic group who, along with the Quillacinga, inhabited the Andean region.
Restaurante Amazónico, Mocoa.
Ñamby Wayra Indigenous women.

Puerto Asís: Historias de Resiliancia

Nuestro último destino es la Finca La Fortuna, un poema de transformación. La familia propietaria de la finca dejó atrás el cultivo de coca para abrazar la agricultura sostenible. “Cada fruto que cultivamos es un acto de rebeldía,” me cuentan, para seguir diciendo: “no podíamos vivir con miedo”. En su sendero de frutos amazónicos, la luz se cuela como un recuerdo de esperanza. Aún no tienen agua, ni electricidad. Así viven. La madre prepara en la cocina de leña fiambres con ingredientes ancestrales. El hielo para el zumo de los frutos de sus tierras llega exactamente en el momento adecuado para fundirse en mi boca como la esencia de esta región y sus gentes.

En cada paso, el Macizo Colombiano susurra su resiliencia. A pesar de las cicatrices de la guerrilla y el narcotráfico, esta tierra se niega a rendirse. Las comunidades aquí han convertido el eco del conflicto en un canto de esperanza. Mi corazón, lleno de historias. Los bolsillos del estrés y los dolores, vacíos. Las piedras y las estrellas deben quedarse allí donde pertenecen. 

Este no ha sido un viaje; ha sido un diálogo con la tierra y sus guardianes, una experiencia que definitivamente, me ha cambiado. “El único riesgo aquí,” susurra una anciana al despedirse, “es que te enamores.” 

At Finca La Fortuna, a poem of transformation, the family that owns the farm left behind coca cultivation to embrace sustainable agriculture. “Every fruit we grow is an act of rebellion,” they say. “We couldn’t go on living in fear.”

Finca La Fortuna

 

+ All Images:
© Belvis Soler

 

 

 

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