Martina Troya | La diseñadora ecuatoriana tejiendo memoria y modernidad con paja toquilla en TOCAS

Hay historias que comienzan con un viaje y otras que empiezan con un regreso. TOCAS contiene ambas. Desde las calles de Quito hasta los ateliers de Florencia, la diseñadora ecuatoriana Martina Troya reivindica la belleza de una fibra, una memoria y las voces de las mujeres que la tejen. La paja toquilla –un material arraigado en el conocimiento indígena y reconocido por la UNESCO– se convierte, en sus manos, en un lenguaje de identidad, resiliencia e innovación silenciosa. La entrevistamos.

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Lo que comenzó como una búsqueda de artesanía se transformó en un diálogo entre continentes: entre manos ancestrales y diseño contemporáneo, entre imperfección e intención, entre la fragilidad de una fibra natural y la fuerza de las mujeres que la moldean. TOCAS no es solo una colección; es un acto de continuidad cultural, una declaración de que el verdadero lujo crece despacio, respira con la tierra y lleva consigo el trabajo y la dignidad de quienes lo crean. Entrevistamos en exclusiva a Martina Troya, la diseñadora de 22 años que destaca en el panorama por tejer memorias en la modernidad.

Entrevista con Martina Troya

Estudiar en Italia y estar rodeada de su cultura, su moda y su historia siempre fue un sueño. Por eso Martina Troya eligió Florencia, hogar de los artesanos y fabricantes que trabajan para las grandes casas de moda. Vivir allí la llevó al mundo de la artesanía. Sin embargo, estudiar en el extranjero también le hizo valorar lo que tenía en casa. Por eso, en la creación de TOCAS, quiso llevar algo verdaderamente representativo de Ecuador. Siempre ha llevado sus raíces consigo y elegir la paja toquilla, un material reconocido por la UNESCO, se volvió esencial.

Una parte definitoria de su historia es que sus orígenes están en Cuenca. A través de su madre conquense, diseñadora de joyas, emprendedora y profundamente creativa, descubrió su pasión por el diseño. Como ella, admira a las mujeres trabajadoras y resilientes, y las Toquilleras encarnan ese espíritu. Mujeres que, además de ser madres, sostienen sus hogares gracias al tejido. Con sus raíces en Cuenca, se siente profundamente conectada con ellas. TOCAS se convirtió en su manera de dar voz y visibilidad a las artesanas que tanto admira.

«La innovación no siempre significa encontrar algo nuevo. A veces significa reconocer lo que ya tenemos y reimaginarlo con intención.»

Tu colección celebra la identidad ecuatoriana tanto como la tuya. ¿Cómo ha cambiado TOCAS la forma en que te ves a ti misma –como diseñadora, como mujer y como alguien conectada a una herencia arraigada en materiales ancestrales como la paja toquilla?

Definitivamente cambió la manera en que me veo, porque me dio confianza, orgullo y fortaleza. Me mostró que cuando realmente deseas algo puedes lograrlo, que es cuestión de persistencia y de no rendirse ante el primer desafío. TOCAS me hizo sentir orgullosa de ser una mujer ecuatoriana y me permitió sentirme, aunque sea en pequeña medida, como las mujeres a las que tanto admiro.

Como diseñadora, también cambió la manera en que veo la moda hoy. Me di cuenta de que la innovación no siempre significa buscar algo nuevo, sino reconocer lo que ya tenemos y reinterpretarlo con intención.

 

Cuando comenzaste a transformar la paja toquilla en prendas en lugar de sombreros, ¿qué cambio interno experimentaste? ¿Trabajar con una fibra natural tan ligada a la tierra, a la ecología y a la tradición te reveló algo nuevo sobre el valor ambiental o cultural de este material?

Experimenté un cambio interno profundo. Siempre la había visto como un material rígido, algo ligado exclusivamente al sombrero tradicional. Pero convertirla en un textil reveló su flexibilidad, su capacidad de adaptación y un potencial creativo mucho mayor del que imaginaba. Este descubrimiento me llenó de admiración, sorpresa y un profundo sentido de humildad hacia un material que carga tanto de nuestra identidad. Comprender su fragilidad y su fuerza me hizo sentir conectada con las manos que la han tejido durante siglos y me dio una nueva apreciación por la tradición y la memoria que guarda.

 

Describes el proceso como largo, imperfecto y profundamente humano. ¿Qué te enseñó la imperfección sobre la artesanía, sobre ti misma y sobre el significado del lujo en un mundo donde la verdadera sostenibilidad requiere paciencia y cuidado?

Me enseñó que hay arte y belleza en la imperfección. Ninguna flor es idéntica a otra; al ser hechas a mano, ninguna resulta exactamente igual. Cada pieza refleja a la artesana que la creó: algunas tejen más apretado, otras más suelto, y a veces incluso su estado de ánimo o su cansancio se vuelve parte del trabajo. Esa es la belleza de la imperfección: cada pieza es única, jamás hecha por una máquina ni producida en masa. A nivel personal, me enseñó paciencia y a desacelerar. Como creativas, a menudo nos dejamos arrastrar por un mundo rápido y cambiante, y este proceso me recordó apreciar el camino y no solo el resultado final. Como perfeccionista de toda la vida, trabajar con este material me ayudó a soltar y disfrutar el proceso en sí.

También aprendí que el verdadero lujo reside en la sobriedad, la delicadeza y la intención, no en el exceso. Las cosas hechas con cuidado siguen su propio ritmo, y ese tiempo forma parte de su valor.

Hace trece años, el tejido de paja toquilla fue incorporado a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.

Las Toquilleras dudaron al principio. ¿Quiénes son para ti –más allá de artesanas– y cómo surgió ese momento de confianza mutua, cuando sentiste que ya no experimentabas sola, sino que co-creabas con mujeres que cargan siglos de conocimiento indígena?

Para mí, son mujeres trabajadoras y admirables. No fue fácil para ellas ganar confianza, reconocer lo talentosas que realmente son o superar el miedo a intentar algo nuevo. Pero en el momento en que les dije que confiaba más en ellas de lo que ellas confiaban en sí mismas, y que no importaba si algo salía mal mientras lo intentaran, empezó a crecer una confianza mutua.

Conectar con ellas desde lo humano, no juzgar los intentos fallidos sino verlos como parte del proceso, permitió que todo fluyera. Nos reíamos, buscábamos soluciones juntas y las animaba a intentarlo otra vez en lugar de exigir resultados. Ese enfoque las hizo sentirse seguras y dispuestas a explorar algo diferente. No fue fácil, especialmente porque no podía estar allí físicamente, pero a través de llamadas donde nos reíamos de los fallos y celebrábamos los nuevos aciertos, logramos construir una conexión real.

 

Cada una de las 3.000 flores de tu colección fue hecha a mano por una sola mujer de Cuenca. Cuando las sostuviste en tus manos en Florencia, lejos de casa, ¿qué sentiste que estabas cargando: artesanía, memoria, responsabilidad ambiental o incluso las esperanzas económicas ligadas a su trabajo?

Cuando recibí las flores en Florencia, lo primero que hice al abrir la caja fue oler la paja. Todo mi departamento se llenó de ese aroma, transportándome al instante a Cuenca, al campo y a los mercados artesanales. Sostener cada flor, sentir la delicadeza del tejido, me hizo admirar aún más las manos que las crearon y me recordó que toda la insistencia y el ánimo habían valido la pena. También me hizo sentir orgullosa y asombrada por lo que la artesanía ecuatoriana puede lograr; no podía dejar de tocar las flores. Cuando algo que imaginaste se vuelve tangible en tus manos, la sensación es indescriptible: una mezcla única de felicidad y satisfacción profunda. Fue como tener un pedacito de hogar conmigo en Florencia.

En mis manos llevaba artesanía, memoria, nuevos desafíos y quizá hasta nuevas oportunidades para las Toquilleras y para la artesanía ecuatoriana.

 

Algunas prendas toman horas, otras meses. ¿Cuánto tiempo se necesita realmente para crear una de tus piezas, y cómo desafía este ritmo lento y paciente las ideas modernas de valor, especialmente considerando el impacto socioeconómico en las comunidades involucradas?

Las flores fueron llegando de a poco, conforme las Toquilleras avanzaban, y completarlas todas tomó alrededor de tres meses, con más de diez artesanas tejiendo. El siguiente paso fue construir los vestidos, cosiendo cada flor a mano y dando forma a las piezas sobre el maniquí, un proceso que realicé yo misma en Florencia. Para un vestido que combina paja toquilla beige natural y negra, tomó unas dos semanas tejer los diez paneles, involucrando a varias artesanas. La falda hecha a partir de un sombrero gigante de tres metros de diámetro fue la pieza más larga, tomando alrededor de cuatro meses, tejida completamente por una sola Toquillera debido a su delicadeza. Dependiendo de la prenda, cada conjunto puede tardar de dos a tres meses en completarse.

El ritmo lento y paciente de la paja toquilla desafía las ideas modernas de inmediatez. Estas piezas toman semanas o meses y recuerdan que detrás de cada hora de trabajo hay una historia. Su valor nace del tiempo, la dedicación y la dignidad de una artesanía justa y significativa.

«El ritmo lento de la paja toquilla desafía la idea de la inmediatez. Estas prendas toman meses. Su valor se mide en devoción, no en velocidad.»

«La belleza de la imperfección es que cada pieza lleva una historia. No hay dos flores iguales, porque ninguna artesana teje de la misma manera dos veces.»

A menudo hablas de un “hilo invisible” que conecta a todas las personas involucradas. ¿Recuerdas un momento en el que esa energía colectiva se volvió tangible, cuando una prenda se sintió más como una historia cultural compartida que se extendía desde manos indígenas hasta las tuyas?

El momento en que vi el sombrero gigante terminado, antes de que se convirtiera en falda, fue cuando esa energía colectiva se volvió tangible. Aunque todavía no lo había transformado, cuando recibí la foto del sombrero terminado y vi la forma del ala, mi primera reacción fue: “wow, esto es exactamente lo que imaginé”.

Cuando las artesanas me lo enviaron, escribieron: “así quedó”, con mucha inseguridad sobre el resultado. Como el ala era tan grande, tomó una forma asimétrica, orgánica, similar a una ola. Pero esa era precisamente la forma que yo ya había imaginado como la silueta perfecta para una falda. En el momento en que sentí el ala del sombrero en mis manos, todo lo que habíamos creado juntas se volvió real: desde mi diseño inicial, pasando por el trabajo manual de las artesanas, hasta la transformación final en la prenda.

 

Transformar una artesanía ancestral en moda contemporánea es una forma de traducción cultural. ¿Qué miedos surgieron al intentar garantizar que esta transformación honrara tanto las tradiciones de las Toquilleras como la integridad ecológica de la paja toquilla?

Uno de mis mayores miedos era que transformar un material tradicional en un nuevo contexto no fuera aceptado o valorado, especialmente porque nunca se había hecho antes. Me preocupaba que tomar el tejido del sombrero tradicional, convertirlo en flores de crochet y luego transformarlo en prendas pudiera no funcionar. Sin embargo, estaba equivocada.

Fui muy cuidadosa de no alterar el proceso natural de trabajo de la paja toquilla, sin añadir otros productos para reforzar la fibra. Aun así, dudaba de si funcionaría porque el material es extremadamente delicado. Pero a través del crochet adquirió la estructura y forma necesarias para convertirse en ropa. Al respetar su proceso natural, me aseguré de honrar tanto las tradiciones de las Toquilleras como la integridad ecológica de la paja toquilla.

 

De cara al futuro, ¿qué impacto esperas que tenga TOCAS en las Toquilleras, en el porvenir ambiental y económico de la paja toquilla y en la conversación global sobre lo que significa el lujo verdadero hoy?

Con TOCAS, espero mostrar a las Toquilleras el verdadero potencial del talento que llevan en sus manos. Creo que TOCAS ya ha tenido un impacto al abrir posibilidades más allá del sombrero tradicional, dando visibilidad y valor a su trabajo. Pienso que la colección puede influir en el futuro de este material demostrando que la paja toquilla puede ser aceptada en la alta costura: fina, delicada, totalmente hecha a mano, y al mismo tiempo transformar el futuro de las propias Toquilleras.

En cuanto a lo que significa el verdadero lujo hoy, creo que nos recuerda que el valor real reside en el tiempo humano y en el respeto que damos a quienes crean.

«Con TOCAS quiero que las Toquilleras vean la magnitud de lo que llevan en sus manos. Su artesanía merece visibilidad global.»

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© Courtesy Martina Troya

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