 
							Dirty Looks | Deseo y decadencia en la moda
En un mundo gobernado por la velocidad y la inmediatez, donde las prendas nacen ya condenadas a su propia obsolescencia, la belleza comienza a reaparecer donde menos la esperamos. La moda contemporánea vuelve su mirada hacia lo imperfecto, hacia aquello que el sistema ha intentado borrar o disimular. En el Barbican de Londres, la exposición Dirty Looks: Desire and Decay in Fashion se despliega como un viaje sensorial a través de medio siglo de rebelión material. Sin embargo, lo que yace bajo su superficie no es solo una revisión estética, sino una nueva ética del tiempo. Una reconciliación con la materia y con la fugacidad de las cosas. Comisariada por Karen Van Godtsenhoven y Jon Astbury, la muestra puede visitarse hasta el 25 de enero de 2026 en la Barbican Art Gallery, destacándose como una de las exposiciones imprescindibles de la temporada londinense.
A comienzos de los años ochenta, Vivienne Westwood y Malcolm McLaren convirtieron la ropa rasgada en una declaración política. Entre imperdibles, cuero y costuras rotas, el punk inauguró una estética de resistencia, una forma de desafiar el orden a través del tejido y la carne. La ropa dejó de ser decoración para convertirse en arma, en lenguaje de protesta. Aquella rebelión, nacida de la urgencia y la escasez, fue también un gesto pionero de sostenibilidad: reutilizar, remendar y prolongar la vida de los objetos. En lugar de producir más, el punk hizo visible el desgaste, reclamándolo como una marca de identidad. Cuatro décadas después, la moda circular y el upcycling heredan ese espíritu, traducido a un lenguaje distinto pero que sigue defendiendo la reutilización y la conciencia de los recursos frente a un sistema de la moda impulsado por la sobreproducción y la explotación laboral.
En el extremo opuesto de la rabia punk —aunque inspirado por una sensibilidad similar hacia el tiempo—, la filosofía japonesa del wabi-sabi emergió en Occidente como un recordatorio de que la perfección no es un valor universal. Lo que se erosiona, se agrieta o se desvanece también encierra verdad. Diseñadores como Rei Kawakubo, Yohji Yamamoto e Issey Miyake transformaron el ideal de la moda a través de esa mirada. Las arrugas, la asimetría y los tejidos gastados se convirtieron en formas de libertad. Frente a la obsesión occidental por lo inmaculado, el wabi-sabi propone una ética del cuidado y de la impermanencia, una manera de ver la belleza en aquello que cambia o desaparece. En esa mirada reside la semilla de lo que hoy llamamos moda sostenible: una forma de crear que respeta los materiales, honra los procesos y entiende el tiempo como parte de la obra misma.









Dirty Looks traza esta genealogía de la imperfección a través de gestos radicales que han definido la historia reciente de la moda. Entre ellos, The Tangent Flows (1993) de Hussein Chalayan ocupa un lugar central. En esa colección, Chalayan enterró prendas junto a limaduras de hierro, permitiendo que la tierra, la humedad y la oxidación las transformaran durante meses. Al desenterrarlas, las prendas habían cambiado de color y textura, convertidas en artefactos arqueológicos, casi en fósiles de sí mismas. Chalayan no diseñó contra el tiempo, sino con él. Su trabajo anticipó una pregunta cada vez más vital para la moda contemporánea: cómo colaborar con la naturaleza en lugar de dominarla.
Esa misma sensibilidad se extiende a una nueva generación de diseñadores que encuentran en la imperfección un terreno fértil para reimaginar el vínculo entre moda y ecología. Paolo Carzana tiñe sus tejidos con pigmentos naturales y los cose a mano en lo que él llama “una oración vestida”. Solitude Studios deja que el barro y las aguas turbias de los pantanos daneses impriman sus texturas sobre los tejidos. Elena Velez trabaja con acero y arcilla en desfiles que se asemejan a ceremonias de erosión, donde el barro se convierte en un material sagrado. Sus prácticas devuelven a la moda una dimensión ritual: cada prenda es una colaboración con los elementos, una exposición de la fragilidad humana y de la fuerza de la naturaleza. Lejos de la producción industrial, su trabajo nos invita a imaginar la moda como una ecología más que como una economía, donde lo que importa no es el producto final, sino el proceso, el ciclo, la transformación constante.
Sin embargo, Dirty Looks va más allá de la materialidad, adentrándose en la relación entre imperfección, cuerpo y deseo. Diseñadores como Michaela Stark y Robert Wun convierten la vulnerabilidad en un lenguaje erótico, recordándonos que la sensualidad no reside en la perfección, sino en la singularidad. Stark, a través de sus corsés escultóricos, revela pliegues y tensiones de la piel como huellas de verdad emocional. Wun, por su parte, utiliza el fuego y las manchas como símbolos de purificación, creando vestidos que parecen atravesar ritos de metamorfosis. En la obra de Bubu Ogisi, las fibras vegetales y los tintes naturales se convierten en formas de reparación espiritual, una manera de reconectar con las raíces y devolver sentido a los materiales despojados de él por la colonización y la producción en masa. Cada uno de estos creadores plantea la misma pregunta: ¿podemos reconciliarnos con la imperfección sin miedo, sin culpa, sin nostalgia?
Dirty Looks: Desire and Decay in Fashion presenta la moda no como producto, sino como huella, como memoria hecha visible. Lejos del brillo de la pasarela, las prendas revelan su vulnerabilidad, mostrando que en la belleza de la decadencia reside una verdad más profunda. En esa tensión entre lo que se descompone y lo que se regenera, la exposición nos recuerda que la sostenibilidad no empieza con los materiales, sino con la percepción, con la manera en que aprendemos a ver aquello que envejece, que cambia y que deja de ser nuevo.
Visita la exposición en la Barbican Art Gallery, Londres, hasta el 25 de enero de 2026.






 
                                                                                                                     
			 
			 
			 
			 
			