Las granjas verticales reimaginan los sistemas alimentarios sostenibles

 

 

La población mundial sigue creciendo y el cambio climático se hace más tangible. Sabemos que no podemos seguir expandiéndonos sin límites sobre la superficie de la Tierra, así que estamos creciendo verticalmente, de todas las formas posibles: empezando por los rascacielos, ahora las estructuras para el cultivo están despegando del suelo para elevarse en el cielo. Las granjas verticales han llegado para integrarse en la ciudad moderna.

 
 

Imagínate, comunidades de lechugas y microverdes encuentran su hogar en estructuras de acero que se elevan verticalmente por toda la ciudad. Al principio, uno puede imaginarse que estos edificios son como bosques verticales, que florecen por todas partes y que añaden puntos de referencia románticos a la ciudad. Pero en contraposición a ese sueño biofílico, las granjas verticales están pensadas para realizar un trabajo: ofrecer un suministro de alimentos eficiente y respetuoso con el medio ambiente.

Este tipo de agricultura sin suelo -que suena contradictorio en sí mismo- son compartimentos modulares y autónomos de vegetales apilados en capas en salas cuya atmósfera imita el entorno natural que estos vegetales necesitan para crecer. Las granjas verticales funcionan con iluminación LED, se nutren de fertilizantes microbianos y utilizan sistemas hidropónicos, todo ello aprovechado para hacer más eficiente la cosecha a cambio de un menor uso de recursos y productos químicos. Eso en el plano de la producción. En cuanto a la distribución, la agricultura vertical sería la mejor amiga de los buscadores de alimentos locales, ya que se erigirán en la periferia interior de la ciudad, poniendo fin a los desplazamientos de larga distancia. 

 

 
 
 
 
 
 
 
 

Dado que las granjas verticales se amontonarían en las ciudades, los terrenos sobreexplotados quedarían libres de la actividad agrícola, permitiendo que la naturaleza volviera a brotar, cumpliendo el deseo popular de dejar que los paisajes vuelvan a ser salvajes, ofreciendo a los residentes la posibilidad de ver la naturaleza a pleno rendimiento. Por estas razones, las granjas verticales han subido a la cima de la planificación urbana, convirtiéndose en el santo grial de los urbanistas, los ecologistas y los defensores de la conservación de la vida silvestre, devolviendo las esperanzas de un futuro más verde.

El deseo de ver los paisajes en su propio estado natural ha sido uno de los principales incentivos para que la startup Nordic Danish y el especialista taiwanés en tecnología YesHealth Group construyan la Granja Vertical en Copenhague. Según Nordic Danish, se necesita el equivalente a 20 campos de fútbol para abastecer toda la demanda de verduras en Dinamarca que, en invierno, se importan sobre todo de España e Italia. Con la Granja Vertical, que se puso en marcha en diciembre del año pasado, estas distancias de viaje se acortarían ofreciendo, a su vez, verduras frescas durante todo el año. Parece un equilibrio legítimo entre los sistemas de autosuficiencia y el suministro de alimentos saludables.

De hecho, la idea de utilizar granjas verticales en un esfuerzo por construir ciudades autosostenibles y descolonizar la superficie de la Tierra ha sido impulsada por muchos arquitectos y ecologistas que instan a la aplicación radical de las tecnologías. En su cortometraje especulativo, Planet City, el arquitecto y cineasta Liam Young dibuja una ciudad autosuficiente capaz de acoger a la población mundial. Young explica que la ciudad se basa en tecnologías ya existentes, que pueden aprovechar un complejo de granjas verticales capaces de abastecer a toda la población mundial. El resultado final de la reestructuración de nuestras ciudades en torno a tecnologías eficientes es ocupar el mínimo de la superficie de la Tierra -tan sólo un 0,02%- permitiendo que los ecosistemas vuelvan a ser salvajes.

 

 
 
 
 
 
 

Aunque suene radical, pero sea una buena solución al cambio climático y a la escasez de alimentos, las granjas verticales aún están en una fase inicial y su oferta se limita a verduras: lechugas, microverdes y hierbas. Los expertos en tecnología y alimentación están trabajando para que las hortalizas de raíz y las frutas, como las bayas, sean un elemento básico de su oferta. Averiguar la receta correcta para cultivar diferentes tipos de verduras -una combinación entre temperatura, iluminación, semillas y cantidad de agua, por mencionar sólo lo básico- requerirá algunos experimentos de prueba y error. Hasta entonces, no podemos confiar nuestro suministro de alimentos a estos sistemas agrícolas.

Y aquí es donde surge la verdadera antitesis de la agricultura sin tierra. ¿Podemos realmente imitar ecosistemas capaces de sustituir procesos que pertenecen a la naturaleza? Si bien es cierto que contamos con tecnologías sofisticadas y centros avanzados de inteligencia artificial, suponer que los cultivos que brotan orgánicamente sobre la tierra pueden ser igualmente cosechados en entornos artificiales, controlados mediante operación robótica, es una tarea compleja que la mente humana puede estar subestimando en medio de fantasías alimentadas por la supremacía tecnológica.

No sólo los entusiastas de la naturaleza encuentran inquietante esta forma de cultivo, sino que las investigaciones sugieren que los ciclos naturales, como el paso de las estaciones, son importantes para el crecimiento y la salud de los cultivos. Según una investigación publicada en la revista Science, "las plantas crecen mucho mejor cuando su reloj interno se ajusta al entorno en el que crecen", y eso les permite desarrollar su capacidad de resistencia para soportar las plagas y prosperar de forma saludable. Los cultivos que crecen en entornos artificiales suelen estar alejados de los factores climáticos habituales, como la lluvia, el viento y las variaciones de la luz solar, que ayudan a los cultivos a sincronizarse con sus propios ritmos. 

Hasta ahora, las soluciones ecológicas que nos ayudan a aliviar las ciudades con problemas de espacio y las tierras sobreexplotadas, y a reinventar nuevos modelos de producción son ineficientes o radicales. Pero con el crecimiento de la población, los desarrollos tecnológicos y las ciudades modernas construyendo capas una sobre otra, ¿no deberíamos arriesgarnos y seguir avanzando? Al fin y al cabo, las películas de ciencia ficción como la de Young ilustran con firmeza cómo la tecnología puede dar forma a los espacios y cómo podrían ayudarnos a afrontar los tan necesarios cambios de paradigma de producción y consumo, por muy radicales que parezcan.

 

*Todas las fotos y los videos son cortesía de Nordic Harvest

 

 

 +  Words: Alejandra Espinosa, Luxiders Magazine Editor

Liberal Arts graduate | Berlin-based writer

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